martes, octubre 04, 2011

The gold rush (Charlie Chaplin, 1925)





Realmente creo que no puede haber ninguna película de Chaplin que no me guste tanto que no me haga llorar y reir durante casi toda la cinta. La quimera del oro es menos sentimental que otras, pero tiene esa ternura tan característica de las obras de Chaplin. Supongo que el personaje del vagabundo es simplemente perfecto. Es pobre, por lo que le compadecemos; es elegante, todo un caballero, romántico y detallista, por lo que nos conmueve y le compadecemos cuando las chicas no descubren su valía. Es sencillo, descomplicado, ingenuo e ingenioso. Torpe, enclenque, divertido. Un personaje perfecto interpretado por un actor genial.


En esta película, Chaplin nos traslada a Alaska en plena fiebre del oro. Un buscador solitario camina despreocupado por las montañas. Y se topa con un oso. Pero la bestia no tiene ningún interés en el hombrecillo del bigote, no de momento. Las escenas en la cabaña de la montaña tras la impresionante introducción de los cientos de hombre trepando para cruzar el paso son divertidísimas. Chaplin hace un retrato genial del hambre. Y también en esas escenas aparecen animales que parecen adorar a Chaplin sometiéndose a sus órdenes: el perro en la cabaña, el oso que reaparece (ese debía ser menos obediente porque luego fue interpretado por un hombre), el asno, el San Bernardo del club. Y es que Chaplin sabe actuar como animal también, como lo demuestra en la escena en que se convierte en un gigantesco pollo.


La película está repleta de imágenes que han quedado en la memoria de la historia del cine, como la danza de los panecillos o la escena en que comen un zapato. Hay algún momento en que se hace un poco larga como cuando Big Jim regresa a la ciudad para buscar su mina de oro. Pero esa escena es la que conduce a un magnífico redoble final en la cabaña que se mece en el borde del precipicio y al insólito final.


El final de la versión original presenta a un Charlot triunfante en todos los aspectos, incluyendo un apasionado beso final que más tarde fue eliminado de la versión de los años 50 en la que también se añadió música compuesta por el mismo Chaplin y una narración que eliminaba los intertítulos.

Una película dulce y muy divertida, la favorita del propio director.


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